
En Brest me sentí en el centro de un extraño reportaje. Llegué por la tarde a la ciudad, desde Quimper. El tren avanzaba entre demoledoras maquinarias de un lugar fortificado donde una enorme infraestructura portuaria delineaba el paisaje hacia el mar. Los sonidos de las grandes embarcaciones de la Marina Francesa fueron el aviso de una ciudad que se impone en todo momento como una gran reconstrucción: las grúas lejanas del puerto emiten arduas señales, la construcción de un tranvía recorre el centro de la ciudad, enmarcada por sus enormes puentes y murallas. Habían historias por contar.
Al llegar a Brest, pensé que los colores demoraban en aparecer. Caí vencido por una grave lentitud. Me veía suspendido de un inmenso brazo metálico, entre graznidos de gaviotas, intentando retratar un sitio singularmente extraño. Los días transcurrían de frente a los vientos, cada vez más fríos. Caminé, me detuve, regresaba al mismo sitio del que había partido. Encontré distintas ciudades en Brest, ciudades de multifamiliares y edificios a punto de ser demolidos, ciudades de refugios subterráneos y obras públicas por doquier. En el ambiente flota una prisa íntima por recobrar una ciudad devastada por la guerra. El reportaje inició cuando comencé a resistirme a la velocidad de las cosas…

No hay comentarios:
Publicar un comentario