Regards Croisés

Ce blog est un espace d'échange pour les 6 photographes (3 mexicains et 3 français) sélectionnés dans le cadre de l’échange culturel et artistique entre la région Bretagne et le Mexique BREIZH-MEX, pour réaliser une résidence de deux mois au cours de l’année 2010, respectivement en Bretagne pour les mexicains et au Mexique pour les français. Les photographes développeront un projet sur le thème de REGARDS CROISES. Ce programme de résidence sera suivi d’une exposition itinérante en France et au Mexique, et de l’édition des travaux du concours.


4 de octubre de 2010

La pluie horizontale





Entré al Hotel Beausejour por un vestíbulo deshabitado. Caminé como si penetrara al interior de un desgastado vitral, entre piedras, maderas carcomidas y cristales azules. La lluvia entraba por los ventanales, que habían desaparecido. El hotel se encontraba en pleno centro del pueblo, donde todo parecía haberse disipado de igual forma. Al menos, esa fue mi impresión en aquel momento. Por los agujeros, donde alguna vez hubo ventanas, no podía verse nada más que las persianas de madera, algunas rotas o descolgadas. Una delicada cortina se balanceaba intacta en una de las esquinas de la habitación, donde el papel tapiz se había desprendido por la humedad. Trozos de muebles, al borde del barandal, eran bañados suavemente por una lluvia que flotaba sobre el viento y cambiaba de dirección constantemente.

Alcé mi maletín y lo coloqué sobre la duela. Parte de las tablas permanecía aún en la entrada de la recepción, parecían haber sido arañadas y consumidas por múltiples mordiscos. Tal vez habrían sido los gatos o las zorros, pensé; pero no había rastro alguno de aquellos animales por el lugar. Un panal de abejas, como un nido vibrante, zumbaba en el primer nivel. Una sección del techo se había desplomado y la escalinata estaba desparramada por el suelo. Desde donde me encontraba no alcanzaba a ver las habitaciones. Comenzó a soplar un viento frío.

Frente al hotel observé el espacio vacío de la glorieta del pueblo. Aún podían verse las marcas sobre el pavimento. Pensé que los autos que llegaran al sitio correrían el riesgo de quedar girando en círculos tratando de encontrar alguna dirección de la glorieta. Pero, como era de esperarse en esos días, ningún vehículo pasó por ahí. Me encontraba completamente solo, mirando desde el balcón del hotel hacia el otro extremo del río. Un velero se deslizaba sobre las mareas difuminándose entre la niebla. El final de la tarde trajo un viento aún más helado que entró por la zona de la cafetería. Me ajusté la chamarra sobre el pecho y tomé asiento sobre el maletín, que era pequeño pero confortable, así que no hubo problema. Pronto se esfumaría la tarde y debía mantenerme alerta para no perder oportunidad.

En ese preciso instante, un hombre calvo y entrado en años pasó corriendo frente al promenade de Penforn. Avanzaba por la ribera del río y resbalaba de vez en cuando. Llevaba un maletín sobre la espalda y se contraía por momentos para protegerse del frío. Me pareció verlo perder el equilibrio en varias ocasiones: unas veces parecía clavar sus piernas entre las rocas, alzando los brazos, hasta que lograba continuar su carrera; otras veces se inclinaba de manera drástica hacia abajo, balanceándose con el maletín a cuestas. Daba un poco de pena verlo en esa situación pero, al mismo tiempo, era alegre y gracioso. Pronto lo perdí de vista. La tarde se perdía entre grises ventiscas y sólo pude distinguir su delgada silueta alejándose apresuradamente bajo una lluvia perfectamente horizontal.




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